rancamente, querida, me importa un bledo. La vida es como una caja de bombones: nunca sabes lo que te va a tocar. Que la fuerza te acompañe, porque nadie es perfecto, y el mundo pertenece a quienes sueñan despiertos.
Houston, tenemos un problema. Pero sigue nadando, sigue nadando. Después de todo, mañana será otro día. Lo único que nos queda es decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado.
Carpe diem. Aprovecha el día, porque los sueños que no se cumplen se convierten en fantasmas que te acompañan al desayuno. Al infinito… y más allá, aunque no sepamos exactamente dónde queda eso.
Tócala otra vez, Sam. Siempre nos quedará París, o al menos la idea de París que guardamos en la memoria. La realidad está sobrevalorada; después de todo, no es más que una película sin guion.
Hasta el infinito y más allá no es solo una frase: es una excusa para intentarlo. No importa cuántas veces digan “Game over, man”, siempre hay una secuela en camino.
Sayonara, baby. La vida no tiene banda sonora, pero si la tuviera, sonaría a Morricone un lunes y a John Williams los viernes. Yo soy el rey del mundo, al menos hasta que el Titanic se hunda otra vez.
Que nadie te diga que no puedes hacer algo. Persigue tus sueños, aunque el viento sople en contra, aunque Neo dude entre la pastilla azul y la roja. Lo importante es elegir, no acertar.
No hay lugar como el hogar, pero a veces hay que perderlo para entenderlo. La verdad está ahí fuera, y los finales felices dependen de dónde decidas poner los créditos.
Bond. James Bond. Siempre quise decir eso antes de entrar en una reunión aburrida. Pero la vida, como el cine, no siempre da segundas tomas, y a veces la cámara sigue grabando cuando ya te has ido.
Y al final, cuando se apagan las luces y suena la música, solo queda una voz diciendo: “Esto podría ser el comienzo de una hermosa amistad.”